La Descendencia Del PRI, Sus Rivales Políticos

Muchos mexicanos todavía se preguntan contrariados ¿por qué los antiguos partidos políticos que fueron oposición del todo poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) no han podido cambiar el orden de cosas en su ciudad y en el país? La respuesta se puede encontrar en los genes políticos.

Quizá la analogía del PRI y el piojo pueda ilustrar mejor lo que tratamos de explicar. El piojo es un insecto ovíparo que se alimenta de la sangre humana, es un parásito. Tiene una gran capacidad de adaptación, así lo ha demostrado a los largo de miles de años y en todo lugar a donde el humano a migrado.

Una de las cualidades originales del piojo es que siendo un macho adulto no solo penetra y fertiliza a un piojo hembra, también inocula a los machos jóvenes y más débiles, les planta sus espermas para que éstos sean los que fertilicen a las hembras en el momento del apareamiento y, con ello, el piojo maduro garantiza, con sus genes inoculados, una descendencia innumerable.

La trayectoria de la vida política en México tiene algunas similitudes a la vida de los piojos. La historia moderna de México parte de la llamada Revolución Mexicana. Uno de los generales triunfantes en esa guerra civil, Plutarco Elías Calles, siendo presidente del país fundó en 1929 el Partido Nacional Revolucionario y, en él, organizó a su arbitrio a todas las fuerzas políticas lideradas por los otros militares que pugnaban por el poder. Los inoculó, como un piojo maduro, con su política de gobierno y les cedió cotos de poder para tener orden.

Pero el último sucesor de Elías Calles, decidió romper con el Maximato del jefe supremo que era el mismo general y con lo cual controlaba la vida nacional, con la intención de romper con ese patrón autoritario. Se trataba del también general Lázaro Cárdenas del Río, quien expulsó del país a Elías Calles, y refundó en 1938 el partido en el poder llamándolo Partido de la Revolución Mexicana.

En el nuevo PRI se mantuvieron las diversas fuerzas políticas que le daban vida al país, e igualmente se les inoculó con la política Cardenista de orientación socialista. Para 1946, el presidente Manuel Ávila Camacho, volvió a refundar el partido en el poder y lo llamó Partido Revolucionario Institucional y orientó al organismo ligeramente hacia la derecha. De tal modo se le sumaron discretamente al PRI fuerzas políticas consideradas anti revolucionarias como el sector empresarial y la iglesia Católica, los cuales para ser actores del mundo del poder se alinearon, o se dejaron inocular por el presidente en turno.

En 1977 el PRI-gobierno, durante el mandato de José López Portillo, emprendió un proceso de inoculación hacia los organismos de la oposición política, la llamó Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE). La comúnmente llamada Reforma Política respondía a las circunstancias que vivía el país: crisis económica, actividad guerrillera y marginación histórica de los partidos de oposición.

La Reforma Política cedió a los partidos de oposición mínimos espacios en los niveles del poder legislativo federal y estatales, nulo en el poder ejecutivo, así como en el poder judicial. Habían nacido con esa ley las diputaciones plurinominales para que la oposición aprendiera, de su tutor el PRI, a cómo conducirse en la Cámara de Diputados. Era en los hechos una concesión, una válvula de escape político-social, no el reconocimiento del derecho político de los mexicanos a formar organismos políticos de su preferencia.

Pasaron los años y los partidos de oposición, reconocidos por el gobierno autoritario de la llamada Revolución Mexicana, aprendieron más del gran tutor cómo se ejerce el poder en México. El periodo del gobierno de Carlos Salinas de Gortari y su ambicionado proyecto de asociarse con Estados Unidos y Canadá en un tratado de libre comercio, abrió la posibilidad de que la oposición incursionara al poder ejecutivo de los estados del país.

En 1989, a doce años de la Reforma Política, los partidos de oposición habían aprendido buena parte de las lecciones del creador del sistema político mexicano, de cómo gobernar en un país construido  bajo criterios priistas. La llamada dictablanda del PRI para entonces ya había concedido alcaldías en algunos puntos del país y tocó al conservador Partido Acción Nacional gobernar por primera vez un estado, Baja California.

De esa fecha al año 2000, cuando otro panista, Vicente Fox Quezada gana la presidencia del país, otros tantos políticos panistas y ex priistas que formaron con políticos de izquierda el Partido de la Revolución Democrática (PRD) ganaron gubernaturas, alcaldías y diputaciones federales y locales. Habían pasado otros once años de aprendizaje, de inoculación priista a la oposición para que siguiese conduciendo el país no muy distinta, en el fondo, a cómo lo sabían hacer los priistas.

La población percibió que la democracia electoral no significaba cambio de fondo en su vida. El desencanto se generalizó en el país y cada vez más mexicanos concluyeron que “todos los partidos son iguales”. Y es que gobernadores y alcaldes principalmente saquearon el erario público, endeudaron a los estados y municipios, ejercieron tráfico de influencias para favorecer a familiares y olvidaron, como lo hacía el PRI, las promesas de campaña.

El desencanto ocurrió también a nivel presidencial. El populachero Fox Quezada se cargó hacía sus amigos los ricos y archimillonarios e ignoró a los pobres que, como los priistas, utilizó en campaña. Casi lo mismo hizo su sucesor y panista Felipe Calderón Hinojosa, se alió con empresarios nacionales y extranjeros y evadió el interés nacional. De Enrique Peña Nieto, el priista, más de lo mismo.

El actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador arrastra la mala imagen, con todo sus genes, de todos los viejos priistas que incluyó en su gobierno, de los no tan viejos priistas y panistas que también se incorporaron a él. Las alianzas políticas que realizó López Obrador a diestra y siniestra con partidos políticos con el fin de controlar el Congreso dejo a más de uno perplejo por su aparente logro.

De tales alianzas se esperaba que todos los partidos otrora de oposición, “ajenos a los hábitos del PRI”, tuvieran una vocación social, pero la gran mayoría de ellos se aliaron por conveniencias de poder. Al poco tiempo empezaron a cobrar la factura demandando al gobierno de López Obrador gubernaturas, alcaldías y otras posiciones sin demostrar a la población su capacidad de gobernar y mejorar las condiciones de vida de la gente.

El escenario no se aleja mucho de lo que hizo el PRI cuando aglutinó en él a todas las fuerzas políticas del país y concedió cotos de poder para mantenerse prácticamente por siete décadas en el poder. Los políticos de oposición al PRI se parecen a él en cierta medida, en cierta forma. Moldeados, decíamos, por manos priistas. Parecen la descendencia del PRI, quien inoculó a los otros partidos durante 23 años y con ello, como ocurre con los piojos, se creó una plaga de parásitos que se alimenta de la sangre de los mexicanos. ©

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